Un día cálido asomaba entre una de las escasas ventanas que aquella escondida Guarida poseía, sin embargo, una suave brisa veraniega impedía que el calor sofocante que tanto aborrecía a Noctis se hiciese con el control de la situación, el hecho de que una banco de nubes se había interpuesto entre el Astro Rey y ellos mismos favorecía ese hecho, algo que Noctis agradecía con secreta gratitud. Sin embargo, aquello, solo era un detalle de los infinitos que la Naturaleza dejaba tras de sí, el más dulce canto de un pájaro, el más suave y armonioso rumor de la brisa, maravillas los sentidos más básicos del joven y lo transportaban a lugares fantásticos solo existentes en su imaginación; detalles, que por desgracia, la inmensa mayoría de las personas obviaban o simplemente ignoraban, lo que a Noctis le resultaba triste e incluso algo desolador, para él aquella complejidad enmascarada de una fina capa de simplicidad resultaba básica para seguir sometido al yugo del día a día en aquella prisión llamada Mundo. No se imaginaba como alguien era capaz siquiera de soportar no vivir con aquellas cosas y el hecho de que todo sucediera tan rápido y monótono era para Noctis uno de los mayores castigos que se le podían imponer, no en vano, era un ser curioso y antiguo, que aun se maravillaba con facilidad ante la belleza y al que nada le gustaba dejar salir ver ese lado suyo más “natural”. Odiaba cuando los demás creían que hacían bien acosándolo a preguntas sin sentido para él y a las cuales no tenía intención alguna de responder, bajo concepto alguno.
Aquel día, por el contrario, Noctis simplemente reposaba su cansado espirítu en la Habitación asignada para él en aquella Guarida a la que ahora debía llamar “Hogar” y que en ciertos aspectos incluso le agradaba, pues daba muchas oportunidades para estar solo y relajarse. Armado con un libro en sus manos y tumbado en la cama manteniendo su espalda sobre el cabezal de la misma y adoptando una relajada actitud de descanso, se regocijaba ante el placer que aquella lectura suponía para él joven en aquellos instantes, no en vano se trataba de uno de sus volúmenes más preciados y en la cual estaba una de las citas que más le habían impactado y que incluso se había convertido en, por así decirlo, una de sus frases más frecuentemente usadas, la cita en sí rezaba lo siguiente: “Si el Pasado irrecuperable és, el presente se escapa entre nuestros dedos, demasiado grácil y efímero para atraparlo y el futuro aun no está escrito ¿Qué vanas esperanzas nos quedan en este duro mundo?” Noctis la había interpretado de mil maneras distintas y, sin embargo, tenía el conocimiento, o al menos la intuición de que no se trataba de ninguna de ellas.
Unos pasos retumbaban desde la lejanía debido al eco natural del pasillo donde se encontraban las habitaciones, a pesar de todo, se notaban gráciles y sencillos, Noctis no les prestó demasiado atención hasta que se pararon, le llamó la atención que se hubiese parado justo en frente de su habitación, o al menos, así le había parecido, el hecho se confirmó cuando unos débiles golpes de nudillos traquetearon la puerta. Noctis entrecerró el libro que aun sostenía en sus manos y con voz pausada dijo:
- Adelante…
La puerta se abrió instantáneamente, dejando paso a una hermosa joven de delicado rostro y belleza devastadora, Noctis le sonrió lentamente y con la misma pausada voz, esta vez con ligeros toques de sutil amabilidad pronunció:
- Mi señora…- la femenina figura que se alzaba justo en frente de la puerta de su habitación no era otra que su Líder, Noctis no estaba acostumbrado a recibir visitas y el hecho de que ella hubiese venido sola y por propia voluntad hizo que Noctis de inmediato, supiese con adivina certeza que le iban a encargar algo - ¿Qué se te puede ofrecer? – Noctis siempre la trataba con cortesía y amabilidad propias del más distinguido caballero, no en vano, ella había permitido que su soledad se mitigase notablemente aceptándole en la Organización.
- Necesito que me hagas un favor… urgente. – Pese al trato amable del joven, la joven siempre se mostraba con él de manera bastante fría, sin embargo, Noctis nunca había mencionado palabra alguna sobre ese hecho, demasiado acostumbrado ya a la rudeza de los demás. – Quiero que vayas a Iwagakure y la destruyas, evidentemente, no deseo que salgas con las Manos vacías, quiero que robes el pergamino del Tsuchikage y me lo traigas… ¿Por qué?... Mis motivos no son importantes, solo hazlo. – Tras decir aquellas palabras la Akatsuki desapareció tal y como había llegado, cerrando la puerta tras de sí. Una vez estuvo seguro se hubo marchado Noctis suspiró lentamente y, con el cuello algo agarrotado cogió su espada que estaba apoyada en la pared de la Habitación colocándosela a la Espalda y, como un inútil acto de nueva amabilidad dijo:
- Tales sean sus órdenes… mi señora – no hubo intento de replica alguna por parte del joven, sabía que era inútil, su voz siempre era silenciada por la prudencia del mismo, por suerte para él.
El libro se cayó del regazo de Noctis cuando este se levantó, Noctis pensó en recogerlo, sin embargo, un pensamiento recorrió su mente y lo dejó tirado en el suelo sin llegar a comprender muy bien el impulso que le había llevado a hacer tal estupidez, acaso quería saber si alguien se lo recogería del suelo, sabía que eso no iba a ocurrir y, sin embargo, la curiosidad y el deseo de ser querido finalmente pudo más que la razón y, cuando finalmente, Noctis salió de la habitación, el libro aun seguía tirado en el tibio suelo.
La Guarida era amplia y los recovecos por los que perderse numerosos, pasillos oscuros y tentadores se cruzaban cada dos por tres en el camino de Noctis, pasillos que sin embargo, no conducían a la Salida y por tanto no interesaban a Noctis en aquel instante, aunque gustoso los habría recorrido en cualquier otra ocasión, más no ahora, no pensaba desobedecer una orden directa de su superiora. Halló la salida con relativa facilidad, no había nadie por los alrededores, como siempre y el silencio era asfixiante en aquel lugar, solo quebrado por los pasos del joven Ninja. La suave brisa se colaba a través de la habitación formaba allí una agradable sinfonía de viento. Perfectamente Noctis hubiese sido capaz de quedarse allí disfrutando de aquel momento solo suyo, pero, no fue así. Con un nuevo suspiro, el joven Akatsuki, se llevó la mano al bolsillo sacando del mismo un pequeño paquete de cigarrillos junto con un mechero. Sacó uno de los cigarrillos y exhaló su aroma durante breves instantes, después con paciencia encendió el cigarrillo con el mechero interponiendo su mano para así formar una barrera frente al aire que impediría que esto se llevase a cabo. Una larga calada fue precedida de una abundante bocanada de humo grisáceo y algo enfermizo que salió de la boca de Noctis. Se guardó el paquete y simplemente, suspiró de nuevo, su Gata Ayumi apareció de súbito entre los árboles para disgusto del joven, ya que para cumplir su misión debía arriesgarse bastante y la presencia allí de aquella deliciosa gatita lo incomodaba sobremanera, sin embargo, era consciente de que una vez que le había visto sería difícil escaparse sin ella, al menos sin que le produjese daño alguno así se limitó a sonreír y a que esta, como siempre hacía, se subiese a su hombro de un ágil salto. Tal y como había llegado la primera vez, Noctis activó de nuevo su Dôjutsu único, sin embargo, y al igual que había realizado aquella vez, el único ojo que varió fue el Ojo Derecho, que le dotaba del control del Espacio, una vez realizado esto, expectante, Noctis se detuvo a contemplar como una anaranjada hoja de inicios de Otoño caía lenta y delicadamente al suelo, el vuelo fue corto pero lleno de magia y, como si de un mecanismo se hubiese tratado, nada más la hoja rozó el áspero suelo rocoso, Noctis desapareció como un Parpadeo, un fugaz destello negro quedó en su lugar, el cual, apenas unas milésimas de segundo después se difuminó en su totalidad.
La escena cambió súbitamente, en lugar de aquella Guarida que antes era el escenario principal, una serie de envejecidos edificios se alzaba ahora ante los Ojos del Joven, supo enseguida que su traslado había sido un éxito y que, sin duda alguna, había llegado a Iwagakure no Sato, su Destino. Noctis, antes de comenzar con el verdadero motivo de su visita comenzó la exploración de la misma, debía saber a qué se enfrentaba y con que podía llegar a toparse en un lugar como aquel, al fin y al cabo la última vez que había “bendecido” con su presencia a la Aldea en la que ahora mismo se encontraba un grupo de mendigos casi todos arruinados y sin comida trató de asaltarle, para desgracia de ellos, ya que pronto, con demasiada facilidad, Noctis había sesgado sus vidas sin pestañear siquiera, gozando de la levedad que su espada presentaba en sus manos al rebanar los harapientos cuerpos de aquellos mendigos. Nunca le había gustado matar por matar, a pesar de que le complacía ver los rostros de terror y oir sus suplicas siempre desesperadas y llenas de miedo, esperando, inútilmente, el perdón del Shinobi de ojos dorados.
Un dulce y melancólico suspiro salió desde lo más profundo de aquel ser, que sin esperar instante alguno comenzó a caminar hacía donde sus lejanos recuerdos le mostraban el lugar donde aquel poderoso Ninja descansaría y, donde seguramente toda su información residiría guardada, sería inútil resguardar su presencia tras una transformación, solo conseguiría llamar la atención de posibles ninjas sensores de la Aldea, además, su rostro era un secreto para la mayoría y su mera existencia se extinguió en un muy lejano e irrecuperable pasado.
Con esos pensamientos surcando libremente por la inmensa maraña que era su mente, Noctis siguió caminando con serenidad, percibiendo cada detalle a su alrededor, sintiendo varias miradas clavadas en su persona, mientras los comentarios sobre la apariencia y procedencia de Noctis se mostraban agudos y mordaces en los oídos del joven, creyéndose inaudibles por sus emisores. Noctis se limita a sonreír al escucharlos, atemorizados e indignados con las fuerzas Ninja encargadas de impedir el paso de aquel extraño personaje. Pronto el lugar donde el Kage de aquella aldea pasaba la mayor parte de su tiempo, la Torre del Tsuchikage, se alzó ante sus Ojos, expectante y poderosa, tal y como sus recuerdos se la mostraban. Sin mucho entusiasmo se dirigió hacía allí con la esperanza de finalizar rápido aquella misión y de seguir con su rutina diaria, aunque en el fondo sabía que eso no iba a ser posible. Con frialdad pensaba que si las ordenes de su Líder no le hubiesen especificado que debía robar el Pergamino, las vidas de aquellos que le rodeaban ya estarían finalizadas y lejos de aquel cruel mundo que les había visto nacer y morir, mientras impasible, seguía con aquella estrafalaria y capitalista forma de vida donde todos luchaban contra todos por conseguir el poder.
Noctis ignoraba el porqué de muchas cosas, y la ignorancia humana era una de ellas, ¿acaso los Dioses no los habían hecho a su imagen y semejanza? Aquello no suponía nada más que otra prueba para el Ateo Shinobi de que dichos Dioses no existían y de que, en caso que existiesen, no se preocuparían por el futuro de una autodestructiva especie como la suya. Sin embargo, aquello no era importante ahora, por desgracia, tenía otras cosas de las que preocuparse. Al llegar a la Entrada del Despacho donde se encontraba el Tsuchikage, tal y como esperaba Noctis, un Ninja lo detuvo, parecía un ANBU, sin embargo, no solía llevar el típico traje y máscara que los identificaba como miembros de tal cuerpo de “Élite Ninja”. Sin embargo, y por desgracia para aquel Ninja desconocido, Noctis no estaba de humor para andar con contemplaciones. Aun debía ir tras el Señor Feudal y robar el pergamino que guardaba consigo, así como destruir la Aldea completa. Sin embargo, antes de eso quería intercambiar unas palabras con el Tsuchikage, al fin y al cabo, nunca le había entusiasmado la idea de matar y las ordenes de su Líder fueron claras "Destruye la Aldea y Roba el Pergamino" no se hizo mención alguna sobre la muerte de las personas, por lo que si podía evitarlo, Noctis intentaría no sacrificar tantas vidas, aquel acto no le aportaría beneficio alguno y pesadas piedras de remordimiento caerían sobre su ya sobrecargada y esforzada mente. Noctis sabía que no podía continuar mucho más así y, sin embargo, se esforzaba en autoconvencerse para que así fuera.